viernes, 31 de agosto de 2012



José Encizo retrata rostros de espanto de inquilinos de este peligroso sector del centro de Bogota:


En la comuna de la muerte, el talento sobra. Hay músicos que le apostaron a la melodía de las balas perdidas. Arquitectos que preparan 'edificios' de bazuco y médicos que ven caer heridos a sus más fieles amigos. Y José Ricardo Encizo viene a ser el caricaturista echado en desgracia que retrata una realidad cero exagerada: la de la calle.



Es el encargado de plasmar -en papel y carboncillo- los rostros desfigurados de sus compañeros de guarida. Su labor -cuenta- la simplificó hace poco un indigente que ha pasado varias veces por su trazo: "Usted es nuestro espejo".
La frase resulta cierta cuando Gustavo Rojas posa frente al artista.

El caricaturista levanta la cabeza y luego la clava sobre una hoja de cuaderno. Repite el ejercicio tres veces hasta estar convencido de conseguir el objetivo. Rojas sonríe levemente con la obra sostenida por sus manos teñidas de mugre. "¿Así de mal estoy?", se pregunta, mientras guarda el monigote en el bolsillo trasero del pantalón.


La vida no siempre fue así de áspera para Encizo. Natural de Villa Hermosa (Tolima) y con 70 años encima, cayó en la indigencia por su vieja y traicionera adicción al trago. Como para excusarse, admite que el licor, y sobre todo el whisky, era miembro infaltable del círculo de artistas en los que se movía en los 70 y 80, cuando perteneció al Instituto Cultural de Venezuela y al de Cultura Popular de Cali.

En esa época, Encizo era un destacado artista plástico entregado al óleo y a la escultura en yeso. "Era muy bueno con la espátula. Y amante de los paisajes", aclara.


A principios de los 90, el licor empezó a pasarle cuenta de cobro. "Tomaba todos los santos días. Pasé del whisky de los cocteles al aguardiente de los bares de mala muerte", asegura.

El 'chorro' acabó con su familia. Su esposa lo abandonó. El éxito del pasado se fue extinguiendo hasta convertirlo en habitante de calle.

En 1995 ya era un trashumante urbano. Se la pasaba en el mercado de la pulgas de la calle 24 feriando sus últimas obras o por lo menos las que no había cambiado por medias de aguardiente.


Desde ese año y hasta hoy, Encizo no ha podido salir de esa borrachera eterna que lo tiene sumido en la calle. Duerme junto a centenares de almas perdidas en los rincones del Bronx, pero reconoce que cuando consigue algunos centavos paga pieza en una pensión de 4.500 pesos la noche, en el barrio San Bernardo.

Del caballete y la bata blanca pasó a la carga de cartón que vende a 50 pesos el kilo y al vestido de paño ruinoso que viste a diario.

Por las sencillas caricaturas que hace recibe algunas pocas monedas y 'bichas' de bazuco que luego cambia por comida.

Para él, el único Dios que existe es el de la plata, una divinidad que pocas veces se manifiesta en sus raídos bolsillos.

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